El ingreso (una de sus palabras preferidas hasta ahora) de Luis Bárcenas en prisión, ha destapado la esperanza de muchos y el temor de unos pocos. Entre estos últimos, nadie parece tan literalmente acojonado como Mariano Rajoy. Nuestro presidente parece el típico niño acomplejado de clase, al que el matón del grupo ha amenazado con partirle los piños si el profe se entera de lo que han sisado del cuarto de materiales. Mariano, con absoluta seguridad, no tuvo la idea de entrar a la hora de patio al cuartucho de los tesoros, pero tampoco rechazó las gomas y los lápices que Luis “el Cabrón” le daba por vigilar la entrada, mientras él se llevaba los portátiles de los profesores.

Cuando parecía que Luis controlaba incluso el claustro de profesores, Mariano lo defendía a capa y espada frente a quien fuera necesario. Mencionaba su nombre con orgullo y se refería a él como un amigo del alma, por quien estaba dispuesto a poner la cartera sobre el fuego. De aquel tiempo son frases como “Nadie podrá probar que Luis no sea inocente”, que aún son recordadas por los alumnos de los otros grupos, con cierto temor. Pero desde que Luis empezó a pasar más tiempo en la sala de profesores que en el patio, Mariano comenzó a marcar distancias hasta el punto de prohibirse a sí mismo volver a mencionar el nombre del compinche.
Esta última semana Luis ya no sale nunca de la sala de castigo. Tiene prohibido el patio y está a la espera de ser expulsado del colegio en cualquier momento. Incluso corre el peligro de que los profesores encuentren el material robado y pierda buena parte del botín reunido durante tantos años de forzar cerraduras. Para cubrirse las espaldas y hacerle ver al delegado que le conviene utilizar sus influencias para que lo dejen en paz, ha ido dejando de forma interesada por los pupitres de clase algunos post-it con pistas que conducen a Mariano.

Mariano hace todo lo posible para no encontrarse a solas con los profesores, sale a la carrera al patio, envía grabaciones con la webcam hechas en casa, aduce cansancio y ficticias enfermedades para no asistir a tutoría, y todo tipo de estratagemas de cada vez más complicada ejecución. Pero el viernes no pudo dejar de ir a recoger las notas de fin de curso, y se vio solo ante el claustro de profesores. La tramposa doble pregunta de un avispado profesor lo pilló tan desprevenido que no pudo más que reconocer su culpa con una obviedad: “Eeeeh…la segunda ya tal”.
JOSÉ ANTONIO PAREJA - Profesor Universidad de Granada.
Publicado en "El Plural" - 29/6/2013
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