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>UN BLOG CON TUS ARTÍCULOS DE OPINIÓN, O LOS RECOPILADOS DE LA PRENSA NACIONAL, QUE NOS APORTAN SU GRANITO DE ARENA

domingo, 30 de marzo de 2014

Los Pobres de Montoro

Acaba de hacer Cáritas un informe sobre la pobreza en España que no se ajusta a la realidad. Lo ha denunciado el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, en la rueda de prensa posterior al consejo de ministros de ayer. Resulta que Cáritas quiere “provocar debates” en ese sentido, asegura el ministro, con lo que esta organización humanitaria católica parece haber demostrado su clara filiación con los violentos. Como todo el mundo sabe, los violentos son esos señores perseguibles y encarcelables que se empeñan en no ver ni decir que España está en la senda del crecimiento, que hay brotes verdes inundando toda la primavera económica, y que Montoro tiene un parecido con Paul Newman que echa p´atrás.

Los violentos de Cáritas quieren hacernos creer que España es el segundo país de Europa con más pobreza infantil, solo por detrás de Rumanía, y hasta han elaborado un informe para propalar por el mundo tal falacia. Y su secretario general, ese Otegi católico llamado Jorge Nuño, se ha atrevido a afirmar que con la mitad de la pasta que va a destinar el Gobierno a rescatar las autopistas podríamos acabar con la pobreza en España.

Montoro ha dejado claro que esos datos de Cáritas están basados en “mediciones estadísticas” que “no se corresponden con la realidad”. Como todo el mundo sabe, la estadística es esa ciencia exacta que solo se corresponde con la realidad cuando lo dice Montoro. 
Los 700.000 hogares españoles que no ingresan un duro, por ejemplo, son una manipulación de Jorge Nuño, y a cuatro de cada cinco millones de españoles en situación de exclusión social severa los encuentras desde primera hora de la mañana en los bares bebiendo anís del mono y riéndose del Gobierno, lo que indica que son poco fiables para participar en estadística alguna.

Los pobres españoles estamos muy empeñados en reventar las mediciones estadísticas. Baste un ejemplo. Si uno hace una estadística con Luis Bárcenas y 49 pobres, resulta que cada español tiene en Suiza un millón de euros en dinero negro. Que es la verdad española que Montoro propone difundir a través de Cáritas y del INE. Cáritas, organización católica, tampoco ha entendido el concepto de gobernar como dios manda. O sea, de milagro. Con sobresueldos diferidos y tal. Y los niños españoles en situación de exclusión están jodidos porque no han sido lo suficientemente espabilados como para robar la hucha del Domund. Que es la Gürtel infantil.

Montoro ha puesto a los violentos de Cáritas en su sitio. Pena que la ley de partidos no contemple subyugar a organizaciones humanitarias católicas. Eso de meter a los pobres y a los niños en las estadísticas debería ser contemplado como delito de lesa humanidad. Sin embargo, Montoro se ha encontrado con un insuperable escollo a la hora de enfrentarse a Cáritas. El ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, adscrito fervorosamente al Opus Dei, se niega a enviar a las Unidades de Intervención Policial a que le extirpen un testículo a Jorge Nuño con un pelotazo de goma. En esto se da uno cuenta del error que cometió España al declararse constitucionalmente estado aconfesional.

El testículo y las estadísticas de Nuño atentan fehacientemente contra la marca España. La imagen que Cáritas está proyectando de nuestro país en el exterior no ayuda en absoluto a lograr que Mariano Rajoy ponga los pies encima de la mesa del despacho de Obama, que es el sueño que todos los españoles de bien, ricos y pobres, anhelamos. Dejémonos ya de demagogia y reconozcamos que los pobres españoles no son ni siquiera católicos. Y empecemos a exigirle a Cáritas un poco de patriotismo. 

Ayer tuiteó un tal Luis Hernández una frase que demuestra el daño que pueden hacer las estadísticas de Cáritas al pensamiento del español honrado: “Si a alguien le indigna más ver un contenedor ardiendo que una persona comiendo de él, tiene que revisar sus valores”. 
Este tipo de ideas es lo que Cáritas está alimentando con sus estadísticas falaces. Cuando el sueño erótico de todos nosotros es el de rescatar las autopistas con 4.000 millones y enterrar a nuestros cinco millones de pobres en sus cunetas. Que es que son muy pesados y dan mal ambiente en los bares.

ANIBAL MALVAR
Publicado en "Público" - 29/3/14

jueves, 27 de marzo de 2014

Se nos Rompe la Bandera

Cuenta el diario ABC, siempre atento a estas cosas, que la enorme bandera de España que Aznar se empeñó en hacer ondear en la madrileña plaza de Colón tiene, como el país, problemas estructurales. Según parece, el viento revienta sus costuras y, a la espera de que lleguen los recambios, el Ayuntamiento ha tenido que parchearla con un zurcido poco sutil. Es la metáfora perfecta de un país remendado que no soporta la brisa.

Por la bandera no hay que preocuparse porque Botella ya ha puesto en marcha un plan renove, que nos sale por un pico -a razón de 4.300 euros el paño- pero que es dinero bien empleado. Afanados en evitar que España se rompa por el Ebro, no íbamos consentir que lo hiciera por su franja amarilla. Es lo bueno de tener una alcaldesa que sabe de hilvanes, gracias, sobre todo, a lo mucho que se ha trabajado las tiendas de la calle Serrano yendo a las rebajas.

A lo del país, en cambio, no se le ve remedio, sobre todo ahora que se ha jubilado el sastrecillo valiente. No hay esperanza ni vergüenza. Cada día se entiende más que los catalanes quieran cambiar de Estado y que, desesperados, acepten incluso que Artur Mas sea el Moisés que les conduzca a la tierra prometida, sabiendo los problemas que tiene este hombre para leer los mapas aunque de bandera vaya sobrado. Los demás tendremos que conformarnos con ser antisistema, que es lo más decente que se puede llegar a ser en estos momentos.

La última en la frente es el rescate que el Gobierno se dispone a efectuar de las ruinosas autopistas de peaje que Álvarez-Cascos dejó en herencia cuando era ministro de Fomento. El avanzado plan de socialización de pérdidas consiste en que todos paguemos a escote 2.400 millones de euros a la banca acreedora y aliviemos de paso las cuentas de resultados de las constructoras, que son las que han diseñado la operación. Hay que recortar en pensiones, en educación y en sanidad, hay que pagar más por la cultura, por las medicinas y por la Justicia. No hay dinero para nadie, salvo para los de siempre, que van en coches de diez metros de eslora y llevan trajes de Armani.

Junto a las autopistas, los liberales que nos gobiernan se han empeñado en expropiar el derecho al pataleo. Cientos de miles de personas se manifiestan para pedir pan y trabajo y la conclusión es que la izquierda radical tiene un plan para matar policías. Los estudiantes van a la huelga y se descubre que el plan para matar policías sigue vigente. Los indignados toman las calles y Esperanza Aguirre desvela que lo que en realidad preparan es un perrofláutico golpe de Estado y que tarde o temprano habrían diseñado un plan para matar policías. Ayer mismo los policías se concentraban en Madrid para pedir la dimisión de unos mandos que no habían previsto que había un plan para matarles.

La sed de sangre se ha contagiado a los inmigrantes, a los que hay que freír a pelotazos de goma mientras tratan de llegar nadando a Ceuta porque son violentísimos. Murieron quince pero, de haber alcanzado la playa, nadie sabe lo que hubieran podido hacer con los guardias civiles, infiltrados como están por la izquierda radical subsahariana.

Todo al parecer se reduce a un problema de orden público. Lo importante no es que España sea el país de la OCDE donde más ha crecido la desigualdad, que haya seis millones de parados, que casi 700.000 hogares no tengan ningún tipo de ingreso, que sigan aumentando los desahucios o que se corte la luz a miles de familias que no pueden pagar el recibo. Eso no es violencia. Lo violento es que se abuchee al rey, a los príncipes, a los políticos, que algunos abuelos desesperados quieren partirle la crisma a Blesa y, por supuesto, la izquierda radical que está por todos lados queriendo matar policías.

Sólo una catarsis integral podría ayudar a recomponer un país cuyo único plan cierto es el del empobrecimiento general. Sin otras metas, creen que se pueden devaluar a la vez los sueldos y las aspiraciones. La democracia de la mayoría silenciosa, que tanto gusta al PP, es un harapo. De momento, tenemos dinero para rescatar a la banca y a las constructoras y para cambiar las banderas de Colón. Que tengan cuidado con el viento.

JUAN CARLOS ESCUDIER
Publicado en "Público" - 27/3/14

miércoles, 26 de marzo de 2014

Expediente al Gobierno

Es habitual que, en un contexto en el que crecen las desigualdades y la pobreza, los gobiernos tiendan a criminalizar las demandas y manifestaciones de la ciudadanía, con el objetivo de evitar que una enorme reacción popular termine expulsándoles. Es lógico que teman la movilización social.  

El pasado verano, sin ir más lejos, el Fondo Monetario Internacional publicó un informe sobre España, en el que señalada dos aspectos que podrían “comprometer el esfuerzo de reforma”. Cuando dice reforma, leáse más recortes. Esos dos aspectos eran: la tensión social y un cierto debilitamiento del bipartidismo.  

Para evitar que crezca la ‘tensión social’, las protestas, las manifestaciones, no hay mejor estrategia que la de intentar estigmatizarlas. Y eso es lo que lleva haciendo el Gobierno desde hace tiempo: El 15M fue un movimiento de perroflautas y antisistema, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca es el entorno de ETA, y ahora las Marchas de la Dignidad son violentas y neonaziss. El país se tambalea, se empobrece de forma vertiginosa, y ante ello las autoridades refuerzan sus estrategias para mantenerse en el poder. Nada nuevo en la historia. 

Ahora bien, a la hora de informar y de analizar la actualidad hay que tener en cuenta el contexto político y económico en el que nos encontramos y asumir que las fuentes de información oficiales no son suficientes para saber qué está pasando. Quien crea que los mensajes procedentes de las autoridades no deben ser cuestionados y contrastados estará haciendo un flaco favor al periodismo. Dentro de los parámetros del Gobierno, toca criminalizar el 22M, tergiversarlo, reducirlo a un episodio violento. Se presentan multas contra los organizadores de las marchas, se les abre expediente, e incluso se muestran pruebas falsas para inculpar a los manifestantes. A veces hay contextos que entendemos mejor si los observamos con cierta distancia. 

Cuando las fuerzas de seguridad egipcias dispersaron la enorme manifestación de Tahrir en 2011 entedimos que allí había un problema con la libertad de protesta. Cuando los medios egipcios silenciaron o minimizaron las revueltas, comprendimos que había un déficit en la libertad de información. Cuando las autoridades de El Cairo arrestaron a activistas, blogueros y manifestantes lo interpretamos como un intento de criminalizar las movilizaciones. 

Si algún integrante de las fuerzas de seguridad de un país árabe se pasea por las televisiones mostrando pruebas falsas -armas- para inculpar a manifestantes, lo interpretaríamos como síntoma del deterioro de su Estado de derecho.
Somos capaces de percibir la represión y los recortes de libertades en territorios ajenos. Sabemos que algunos países hacen uso de grupos de infiltrados para enturbiar las protestas. Otros recurren a la propaganda para neutralizar manifestaciones. Pero pensamos que eso siempre pasa fuera, nunca en España.
La reacción de las calles fuera de nuestras fronteras puede llegar a parecernos algo lógico y, según el caso, legítimo y necesario. La prensa estará incluso dispuesta a barnizar de una pátina romántica determinadas desobediencias extranjeras, como ocurrió con Túnez, Egipto o más recientemente Ucrania. Pero cuando se trata de las nuestras, la cosa cambia. 

Aquí aún nos creemos que esto es un Estado de derecho donde todos somos iguales ante la ley, donde las fuerzas de seguridad se comportan siempre de forma ejemplar y donde las autoridades nunca mienten, ni roban, ni abusan del poder para enriquecerse. Partir de esa base es fallar estrepitosamente en el análisis de la actualidad. 


Este país se encuentra en un punto de inflexión que han venido a observar incluso integrantes de la OSCE, como antes lo hicieran en Grecia, para vigilar el experimento al que nos están sometiendo y ver hasta dónde llega la capacidad de aguante de la gente, de la calle.  Por el escenario instalado en Colón el 22M pasaron discursos frescos, exigencias necesarias, posiciones interesantes y muy legítimas. Hablaron mujeres y hombres, desempleados, excluidos sociales, activistas, afectados por los recortes. Pero eso no interesó a buena parte de la prensa.  Todas esas personas fueron elegidas en asamblea por las Marchas de la Dignidad para hablar en público. Representaban el sentir de la movilización, en la que participaron miles y miles de ciudadanos. Pero sus palabras no se consideraron noticiables. Sin embargo, lo que un grupo de jóvenes, algunos encapuchados, hizo después de la concentración sí fue tratado como algo de remarcable actualidad.  

Se ha cogido la parte por el todo: se señala la violencia protagonizada por un grupo minoritario para concluir que el 22M debe ser expedientado y estigmatizado. Pero a las ya habituales cargas policiales contra manifestantes pacíficos se las llama orden.  A los eslóganes que se corean en las protestas reivindicando derechos los tachan de antisistema. Pero los discursos oficiales que tratan de convencernos de que la pobreza es inevitable son una llamada a la responsabilidad.  Salirse del arcén de una autovía y ocupar parte de la calzada en una marcha de protesta hacia Madrid es uno de los motivos por los que la Delegación del Gobierno abre expediente contra los organizadores de las Marchas de la Dignidad. Pero seis millones de parados, una brecha entre ricos y pobres récord en la UE y los recortes drásticos en servicios sociales y en libertades no son suficiente para que podamos abrir expediente al Gobierno.  

Mientras las Marchas de la Dignidad estudian impulsar una nueva movilización para exigir derechos fundamentales, el Gobierno intenta neutralizarlas. Cuenta para ello con grandes aliados. Las consecuencias de semejante estrategia pueden ser impredecibles. La historia nos muestra trágicos ejemplos de lo que ocurre cuando las manifestaciones no sirven, cuando las palabras no cuentan, cuando los intereses de la gente no importan, cuando las exigencias no son escuchadas.

La violencia que el Estado está ejerciendo sobre nosotros, convenciéndonos de que merecemos vivir con nuestros derechos menguados y nuestra libertades recortadas, ha provocado ya efectos devastadores en una parte importante de la población, víctima de la exclusión social y la pobreza. Que ante ello algunos de los principales afectados reaccionen en vez de resignarse, convirtiéndose incluso en nuevos sujetos políticos, es una magnífica noticia para la democracia.

El carácter multitudinario y heterogéneo del 22M simboliza la presentación de un expediente contra el Gobierno. Un buen comienzo. 

OLGA RODRIGUEZ
Publicado en "El Diario" - 26/3/14

lunes, 24 de marzo de 2014

Suárez y el Rey

Adolfo Suárez era un gran jugador de póker, una virtud que resultó muy útil en los años de la Transición. Es el juego en el que no es imprescindible tener buenas cartas para ganar, y durante mucho tiempo la baraja sólo le ofreció muy malas opciones, tanto en su lenta ascensión en la nomenklatura franquista como en sus años de presidente.
Además, Suárez era un mal lector, o casi un lector inexistente. Su falta de interés intelectual era evidente. Tampoco eso le perjudicó. Otros cerebros del ala reformista del franquismo (así llamada entonces sin asomo de ironía) creían tener más méritos para asistir al rey en sus primeros años en el trono. Fraga, Areilza o Silva Muñoz presentaban credencias intelectuales más destacadas, pero por eso mismo eran menos manejables y, por tanto, más imprevisibles.

La gran ironía de la Transición es que Suárez fue elegido por el rey Juan Carlos y Torcuato Fernández Miranda tanto por su lealtad como por su condición de alumno aventajado al que se podría guiar en cada paso en un camino repleto de trampas. Y sin embargo, incluso antes de las primeras elecciones democráticas, Suárez ya se había deshecho de Fernández Miranda y había marcado distancias con el monarca de forma irreversible.

Suárez –aún más después de su muerte– es un icono de la Transición tanto por méritos propios como por el mito creado por políticos y medios de comunicación. Esa historia oficial de la Transición la presenta como un proceso propulsado con inteligencia y altura de miras por el rey y Fernández Miranda, y ejecutado con maestría por Suárez. El presidente respondió con generosidad al inevitable desgaste con su dimisión y, de repente, surgió de la nada un golpe de Estado, organizado por los restos franquistas del Ejército, que fue conjurado con valentía y nocturnidad por el rey. Fin del cuento de hadas, ovación del público puesto en pie y cae el telón.

El fin de la tutela real

Tanto se ha estirado el mito que, al ocultar sus desavenencias con el rey y olvidar la campaña de la derecha política y económica contra él, casi se han minimizado sus logros. El proceso modélico nunca fue tal, sino una accidentada sucesión de decisiones, muchas de ellas improvisadas, en las que se alternaban la valentía y los engaños (o a veces ambas, como ocurrió con la legalización del PCE y la promesa que hizo a la cúpula militar de no dar ese paso).
Su entente con el monarca se vino progresivamente abajo, porque cuanto más crecía la figura de Suárez, a modo de vasos comunicantes, menos espacio debían ocupar las opiniones del rey. Cuanto más lejos llegaba la audacia del presidente, menos pesaba la cautela natural en Juan Carlos de Borbón y menos poder tenía el rey para intentar repetir los manejos que habían hecho no precisamente célebre a su abuelo. Cuando el rey quiso borbonear, Suárez se lanzó hacia adelante y terminó pagando por ello.

A lo más que se ha llegado en los relatos autorizados de la Transición es a destacar que en su último año en el poder el rey entendía que la carrera política de Suárez estaba llegando a su fin, aunque no hasta el punto de implicar al jefe del Estado en la telaraña de conspiraciones contra el Gobierno. Como mucho, se circunscribe esa presión a la crisis interna de UCD, como si políticos tan menores como Miguel Herrero de Miñón y Óscar Alzaga hubieran podido por sí solos provocar la caída de Suárez.
Suárez no habría llegado a la presidencia sin las maniobras previas de Fernández Miranda, que se movía en los pasillos del franquismo con la seguridad que da saberse mucho más inteligente que los ineptos que ocupaban posiciones de poder. Pero llegó el momento en que el presidente del Gobierno supo que había que dar pasos arriesgados, sin importarle la estrategia trazada por Fernández Miranda. Eso ocurrió por ejemplo con las reuniones secretas con Santiago Carrillo y la legalización posterior del PCE en abril de 1977.

Tres hechos decisivos

En la biografía de Suarez, Gregorio Moran –un puntal en la resistencia contra la versión edulcorada de la Transición– cuenta que fueron tres los hechos que provocaron la ruptura entre Suárez y Fernández Miranda y dejaron al rey con la idea de que era el presidente, y no él, quien controlaba el ritmo de los cambios: la amnistía, la legalización del PCE y la creación de lo que se llamó el partido del presidente, y que después pasaría a tener las siglas de UCD.

Pero ya antes Suárez se decidió a gobernar, ante el pasmo del monarca y de Torcuato, y fue en relación al Ejército cuando se produjeron los primeros choques. La destitución del vicepresidente, el general Fernando de Santiago, heredado del Gobierno de Arias Navarro, en septiembre de 1976 dejó claro que Moncloa iba a llevar la iniciativa: "Fue el primer rasgo de Suárez gobernando solo", escribe Morán en su libro. "Lo hizo él y provocó la primera fisura. El Rey se indignó ante aquella decisión ya tomada y que él desaconsejaba. Suponía también un choque directo del presidente con Alfonso Armada, ayudante del Rey; el primero de una ristra significativa que acaba el 23-F de 1981".

A partir de entonces, Suárez ya no obedece órdenes. El triunfo del referéndum de diciembre de 1976 es suyo. Cuando el país queda a unos pasos del precipicio, en la semana de violencia de enero de 1977 que culmina con el asesinato de los abogados de Atocha por la extrema derecha, él toma las riendas. Él decide cuándo empezar a negociar con Carrillo y cuándo se legaliza a los comunistas, lo que provoca las iras de la derecha.
"La historia os pasará factura. Habéis retrocedido 40 años la historia de España", le dice Fraga a Calvo Sotelo. En su editorial, el monárquico ABC se declara escandalizado porque los auténticos responsables de la guerra civil (se refiere a los comunistas) "se ven, del día a la mañana, en plano de igualdad con cuantos ofrecieron sus vidas a defender a España de aquello que el Partido Comunista anhelaba y a punto estuvo de conseguir: la instalación de nuestra Patria en la órbita en la que hoy giran Polonia y Hungría, Checoslovaquia y Bulgaria, los países de detrás del telón de acero, en fin". En opinión de aquellos para los que la retórica política no había cambiado mucho desde el franquismo, Suárez era un peligroso caballo de Troya.

El rey se resigna

Suárez toma también la decisión, contra el criterio del rey y de Torcuato, de crear un partido desde el poder para concurrir a las elecciones, lo que acabaría con la idea de que iba a ser una figura de transición que debería haberse quemado en el puesto para que fuera otro el que liderara las fuerzas liberales y conservadoras. Fernández Miranda no tarda mucho en rendirse y dimitir. El rey tendrá que resignarse a convivir con un político que tiene sus propios planes.
Las relaciones entre Suárez y el rey, aún no rotas, están condicionadas por el general Alfonso Armada, mentor del monarca durante años y una de sus principales vías de comunicación para saber qué opina el Ejército. En lo más alto de su poder, el presidente conseguirá librarse de su némesis militar. Años después, cuando la situación de Suárez sea casi insostenible, Armada volverá a primera línea a Madrid con el beneplácito del jefe de Estado, o al menos eso creerá todo el mundo.

Es en las relaciones con el Ejército, la bestia franquista dormida a la que muchos quieren despertar, donde los poderes de Suárez son limitados y donde el rey puede prestar mucha ayuda, aunque también dejar claro que tiene sus propias ideas al respecto.
Resulta significativo el discurso del Rey en la Pascua Militar de 1979. Elogia las reformas internas puestas en marcha en las Fuerzas Armadas por el general Gutiérrez Mellado, ya que las innovaciones "para adaptarse a los nuevos tiempos" son necesarias. Incluso así, no tarda en marcar unos límites lejos del estilo arrojado habitual en Suárez: "Pero sin prisa, sin excesos ni precipitaciones, con el ánimo de eludir cuantos perjuicios sea posible. Y sin abordar más reformas que las oportunas".
1979 y 1980 son años terribles por la crisis económica y el terrorismo. La victoria electoral de 1979 supone un alivio para Suárez que en seguida queda amortizado. Importantes sectores del poder político y económico (con la CEOE de Ferrer Salat a la cabeza), por no hablar del militar, creen que la solución ya no pasa por las urnas. Son los tiempos del "golpe de timón" o la "Operación De Gaulle", y el momento en que las miradas se dirigen hacia la Zarzuela.
Los conspiradores cuentan con los buenos oficios de Luis María Ansón, que había convertido el comedor principal de la agencia EFE en la antena que, ya desde 1977, lanza el mensaje que cierta derecha quiere escuchar: hay que sustituir a Suárez por una personalidad no partidista que meta en vereda a los terroristas, los nacionalistas y la clase trabajadora. El único que puede "evitar el caos" es el rey, dice el periodista monárquico más significado. Y desde el principio todos piensan que quien debe terminar de convencerle es el Ejército.

"Ya se ha dado cuenta de quién es Suárez"

En el libro 23-F. La verdad, de Francisco Medina, el teniente general José Ramón Pardo de Santayana confirma al autor que en julio de 1980 el secretario general de la Casa Real, Sabino Fernández Campo, le explicó por dónde iban los tiros (políticos). "Habíamos hablado muchas veces de que el Rey estaba muy amigado con Suárez, y eso no nos gustaba ninguno de los dos, y Sabino me dijo: 'José Ramón, al Rey se le ha caído la venda de los ojos. Sí, sí, ya se ha dado cuenta de quién es Suárez'. Lo que me quería decir es que don Juan Carlos estaba pensando en que Suárez ya no fuese... Me dijo más: 'Y la solución es formar un Gobierno de concentración nacional'".
Fernández Campo le pregunta quién puede ser el presidente. Pardo prefiere no mojarse, algo que no se puede decir de su interlocutor, que lo tiene claro: "Pues tiene que ser un militar", dice primero, y de inmediato da el nombre de Alfonso Armada. Pardo da su aprobación ("Tienes razón. Ése sí, porque es una persona que sabe de política, lo ha hecho bien al lado del Rey") y Fernández Campo le pone al día: "Pues mira, eso está hablado, incluso los socialistas están de acuerdo... y eso se va a hacer". Repitamos la fecha. Julio de 1980.

No se hizo, y no por falta de ganas de muchos políticos y militares que decían hablar en nombre del rey, incluido Armada. Quizá al final el rey dudó, como por otro lado era habitual en él. Quizá Suárez lo vio venir y la única manera de evitar eso o un golpe fue su dimisión. Se dijo que el presidente no explicó en realidad las razones de su retirada, aunque ciertas frases ("no quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España") dejaban poco margen para la interpretación.

Dos días después del 23F, el rey creó el Ducado de Suárez para su viejo compañero de batallas. Una forma elegante de comunicarle que era conveniente que pusiera fin a su carrera política. 

IÑIGO SAENZ DE UGARTE 
Publicado en "El Diario" - 23/3/14

sábado, 22 de marzo de 2014

El Político de las Cuatro Palabras

Fue el hombre oportuno para el momento más necesario. Fue el hombre adecuado para la inmensa aventura de conducir un país desde un sistema dictatorial a una democracia plena. Fue una genial intuición del rey Juan Carlos, que, cuando decidió designarlo presidente, se jugó literalmente la Corona. Pero lo conocía muy bien. Sabía que era bastante del régimen franquista como para no soliviantar al búnker de la resistencia. Sabía que era lo bastante abierto como para legalizar al Partido Comunista. Sabía que era bastante seductor como para encabezar una gigantesca operación de consenso. Sabía que era bastante leal como para dejar la piel en consolidar la monarquía. Y sabía que era lo bastante osado como para ponerse al día siguiente a desmontar el franquismo y toda su poderosa estructura de poder. Os estoy hablando de Adolfo Suárez González, al que suelo definir como el último héroe nacional.

Aquel chusquero de la política, como le gustaba calificarse, era un personaje mediano cuando llegó a la presidencia del gobierno. No tenía la talla intelectual de un Fraga, ni el atractivo ideológico de un Felipe González, ni la prestancia exterior de un Areilza. Se consideraba a sí mismo un desclasado, porque no estaba en la lista de ninguna élite, ni económica, ni intelectual, ni procedía de una familia de abolengo. Era pura clase media, de extracción provinciana, formación religiosa, casado con la chica bien de la comarca y con recursos tan escasos que tuvo ganar el pan como porteador de maletas en una estación de tren. Pero había mamado la política. La llevaba en la sangre. No valía para otra cosa ni vivía para otra cosa. La política no fue su vocación; fue su pasión. Su ejecutoria se puede resumir en cuatro palabras: valentía, diálogo, dignidad y generosidad. 

Sobre esas cuatro palabras construyó todo lo que hoy tenemos en la España política, desde la Constitución al Estado de las autonomías, o desde la reforma fiscal a la ley del divorcio. Todo lo hizo él en unos años trepidantes y en las peores condiciones: en medio de una crisis económica agobiante; cercado por todos los terrorismos; amenazado por los movimientos militares, aquel sórdido ruido de sables que desembocó en el 23-F; con el apoyo de un partido político de puros personalismos; con una oposición dura en la parte final de su mandato, y con una opinión pública que le abandonó (o le acompañó) en su caída en el desencanto.
Digo la palabra valentía y quizá sería más exacto hablar de osadía y más elegante hablar de audacia. Fue osado para enfrentarse a los militares hasta el punto de decirle al general De Santiago: "Le recuerdo que la pena de muerte sigue vigente en el Código de Justicia Militar". Fue audaz en acciones históricas como la legalización del Partido Comunista, que afrontó en soledad, haciendo que el gran motor, el rey Juan Carlos, no apareciese detrás de aquel enorme desafío. Fue un atrevido en la operación Tarradellas. Y fue un valiente en el desmontaje del viejo régimen, a veces con acciones propias de un comando, como cuando decretó la extinción del Movimiento Nacional o cuando ordenó retirar el inmenso yugo y flechas que cubría la fachada de Alcalá 44. 

Era tan audaz, tan valiente y tan osado que le empezaron a llamar el Chuletón de Ávila. Escribo la palabra diálogo, porque fue el político que más lo practicó en la historia reciente de España. De las 24 horas del día, 20 las dedicaba a hablar. Habló con todo el mundo, incluso de forma clandestina y ocultándose de la policía, todavía franquista. Buscó el acuerdo con todos los partidos políticos. Entendió la transición como una operación de seducción y así logró consensos nunca vistos y nunca repetidos: la Constitución, los pactos de La Moncloa, la aceptación del registro de partidos, la sumisión de los republicanos históricos a la monarquía... Logró la complicidad absoluta con Santiago Carrillo, que llegó a convertir en confidente y ayudante en momentos delicados. Juntos adquirieron compromisos que salvaguardaron la paz civil en momentos dramáticos. 
Con Felipe González fue una relación más desconfiada, porque era el combate entre el dueño del poder y el aspirante y hubo que llegar a situaciones de amenaza, por ejemplo con la posibilidad de crear otro partido socialista desde el gobierno. Con la derecha clásica, sencillamente, nunca se entendió bien. Al principio, porque Fraga lo menospreciaba. Después, porque el mismo Fraga fue utilizado por Felipe González para desprestigiar el liderazgo de Suárez con aquello de "a usted le cabe el Estado en la cabeza".

Recuerdo su dignidad, dignidad de Estado, demostrada cuando se preparó para que lo mataran si lo secuestraba ETA, porque no soportaba la idea de que un presidente de gobierno pudiera ser objeto de chantaje terrorista. Y también cuando se quedó sentado en su escaño en el golpe de Estado, porque prefería morir de un disparo que humillarse en el suelo ante un golpista. "El Estado no podía tirarse al suelo", repetiría años después. Y desprendía generosidad, pero compartida. La transición fue un éxito porque hubo un ejercicio colectivo de generosidad: de los exiliados que a su vuelta no tuvieron una palabra de revancha; de los encarcelados que salieron a la calle dispuestos a olvidar y colaborar; de los demás líderes políticos, que estuvieron dispuestos a renunciar a algo para que aquello saliera bien. 

Es fácil suponer que, si el presidente del gobierno no diese el primer ejemplo de renuncia y de capacidad de ceder, no hubieran sido posibles los pactos ni el clima general de concordia. El resto lo aportó el miedo: el miedo a repetir la historia, que fue un compañero incómodo, pero compañero, de la transición.


¿En qué falló Suárez? En varias cosas. La más tonta, en no tener madera de líder de partido, lo cual le condenó a una sensación de caos permanente en la UCD, debidamente ayudado. La más sorprendente, en su miedo escénico al Parlamento. Parece increíble que un hombre tan seductor, tan convincente y tan elocuente huyese de la tribuna como él huía, pero así fue. 
El gran deterioro de su liderazgo se produjo en su investidura de 1979: al negarse a defender su propio programa de gobierno y delegar en sus ministros resultó un desastre de imagen. Él mismo reconoció que había sido su gran error. 
A partir de ahí, la decadencia y el cerco, la entrada en la pendiente de la soledad y la dimisión. Dimitió por todo: por cansancio, por el abandono de su partido, por la feroz oposición socialista, por la presión de los medios informativos, por un desamor que intuyó en el Rey y, sobre todo, para evitar el golpe militar, porque las reuniones de golpistas eran constantes y en algún momento agobiantes.
Su referencia al paréntesis en la vida de España no está escrita por casualidad: es una confesión de que veía el riesgo de un golpe, y era un golpe pensado única y exclusivamente contra él, porque era el traidor que había abierto las puertas a los derrotados en la guerra civil. 

Su aventura posterior en el CDS tuvo, sobre todo, mala suerte: era un partido de centro-izquierda cuando la España de centro-izquierda había apostado por Felipe González. Hubiera tenido un futuro importante, a la vista de la necesidad de un partido-bisagra y la crisis de la socialdemocracia; pero no tenía capacidad de resistencia económica ante un futuro demasiado difuso y demasiado lejano. Pero sí sirvió para algo: para demostrar una vez más la generosidad de este hombre, que estuvo dispuesto a ayudar siempre al gobierno socialista, aunque los socialistas le habían asediado con crueldad. No es que les perdonase. Es que, por su experiencia personal, comprendía perfectamente las necesidades del gobernante. 

Me han preguntado mucho si este país ha sido justo con él. En principio, no, y creo que por una razón: porque las necesidades diarias, nunca bien atendidas, impedían ver la dimensión histórica de su obra. Más tarde sí, pero no tuvo tiempo de comprobar la gratitud política ni social. Recibió reconocimientos notables como el premio Príncipe de Asturias a la Concordia, fue objeto de unos cuantos homenajes públicos, pero los más importantes testimonios tardaron demasiado en llegar. Creo que el ejemplo de Alfonso Guerra es elocuente del cambio de opinión de este país: pasó de llamarle "tahúr" a ser el gran defensor de su obra. Guerra es un espejo de un arrepentimiento colectivo por las injusticias anteriores.

Al final de sus días, el Suárez al que habían negado el saludo en misa, al que despreciaba el empresariado por ser obrerista y menospreciaban los progres por ser conservador, estaba viviendo un nuevo esplendor: la justicia histórica hacia su obra, el reconocimiento de su trabajo, el ensalzamiento de su figura. Eso ocurrió cuando había suficiente distancia en el tiempo para apreciarlo, cuando se le podía comparar con quienes le sucedieron y también por un poco de compasión: la compasión hacia el hombre que al final vivió tragedias familiares y su propia tragedia. 
Él no pudo ver ese renacimiento del respeto a su figura. El último testimonio suyo que conservo es una carta personal del año 1995. Terminaba así: "De la transición política, de la democracia española, no se puede hablar de vencedores ni vencidos. Esa es nuestra mayor gloria". Se trata de un fantástico resumen de aquella fantástica aventura de la transición que él gestionó y que fue la hermosa aventura de conquistar la libertad.

FERNANDO ONEGA
Publicado en "La Vanguardia" - 22/3/14

Suárez Dimitió Tres Veces

Yo el día que me muera, la verdad, no quiero que me pongan por las nubes los mismos que en vida se dedicaron a ponerme a parir. Los que tenéis menos de treinta y cinco años quizás no lo sepáis, pero la mitad de los panegíricos, encomios y enaltecimientos varios dedicados a Adolfo Suárez que escucháis y escucharéis estos días están firmados por los mismos que durante aquellos años clave se dedicaron a hacerle la vida imposible a aquel entusiasta”tahúr del Mississipi” quien, sin haber leído apenas en su vida, y menos un libro entero, supo no arredrarse cuando le encargaron un marrón que solo un “echao p’alante” como él se hubiera atrevido a aceptar.

En la familia Suárez González estaban especialmente dotados para las relaciones públicas. Su hermano Chema llevaba hasta la discoteca “Long-Play” de Madrid a la flor y nata de la política, la cultura y el espectáculo de aquellos años y Adolfo llevaba al huerto con su envidiable arte para encantar serpientes a cardenales, militares, falangistas y franquistas de todo pelo y condición.

Cuenta Gregorio Morán que Suárez y Carrillo supieron entenderse porque los dos eran iguales: animales políticos puros con poso cultural cero. Entre cigarrillo y cigarrillo con Carrillo y con muchos otros, Adolfo fue preparando -en secreto incluso, cuando así lo creía necesario- esa pócima llamada Transición cuyos presuntos efectos mágicos, si es que alguna vez los tuvo, hace tiempo ya que desaparecieron.

Adolfo Suárez era osadía pura y pilotó un barco con muchas papeletas para irse a pique que, sin que se sepa muy bien por qué extraña conjunción astral, no acabó de hundirse del todo: engañó a los diputados franquistas para que se hicieran el harakiri; pactó con todas las fuerza políticas y sindicales una reforma económica y fiscal, llamada Pactos de la Moncloa, con la que consiguió frenar la desbocada inflación; promulgó una ley de amnistía, hizo una reforma militar, legalizó los partidos incluido el comunista, puso en marcha un proceso constituyente tras ganar unas elecciones, auspició la primera ley de divorcio, promovió la hasta entonces inexistente declaración de la renta… Todo esto y mucho más en apenas cuatro años y medio.

Treinta y tres años hace que se marchó y ahora, los mismos que le amargaron la vida, no se cortan un pelo a la hora de hablar maravillas de él a estas alturas. Cuentan que Suárez apenas comía: si acaso una tortilla francesa, un café de vez en cuando…. Quizás debía tener suficiente con tanto sapo como se veía obligado a tragar a diario. Si la política es tragar sapos, por aquel entonces él debía salir a empacho diario.
Gestionaba los asuntos con la ansiedad, el hieratismo y la determinación de los jugadores de póker y aunque cerró en falso muchos episodios de la historia reciente, aunque dejó abiertas muchas heridas, sus defensores argumentan que al menos consiguió que no volviera a haber sangre. Que no corriera la sangre como tal, porque en el sentido figurado sí que la hubo. Para dar y para regalar.

El partido que él fundó y encabezó, la Unión de Centro Democrático (UCD) -nutrido básicamente de liberales, democristianos y algún que otro socialdemócrata- era un vivero de forajidos siempre con el cuchillo entre los dientes, implacables caníbales políticos dispuestos a merendarse a Suárez apenas se presentara esa ocasión cuya llegada ellos se encargaban a diario de fomentar, propiciar y acelerar.

Los que más se han aprovechado de la llamada Transición lo hicieron tras machacar y triturar a Adolfo Suárez, a quien usaron y tiraron a la papelera a las primeras de cambio empezando por su antiguo mentor y protector zarzuelero, apenas el servicial abulense dejó de serles útil.

No fue Suárez demasiado santo de mi devoción. Su desprejuiciada habilidad para trepar y prosperar en el franquismo, en los negocios y en los cargos públicos está suficientemente documentada en el libro “Adolfo Suárez, historia de una ambición”, que Gregorio Morán publicó en 1979. Pero creo que es justo poner en valor los huevos que este hombre le echaba a la vida.
Jugó con fuego, estuvo a punto de -literalmente- quemarse (véanse las imágenes del 23F) pero consiguió escapar vivo. Y además, no se desalentó. ¿Que me echan? Pues fundo otro partido, se dijo. Y se puso a ello. Fue así como nació el CDS (Centro Democrático y Social). Y cuando asumió, tras los tristes resultados obtenidos en las municipales de 1991, que los votantes le habían vuelto la espalda salió a la palestra, dio la cara y se despidió diciendo adiós muy buenas. Sí, señor. Se marchó. En un país donde, según se empeña en recordarnos el tópico, no dimite nadie, Adolfo Suárez lo hizo dos veces: como presidente del gobierno en enero de 1981 y como responsable de un partido político diez años después.

Hubo una tercera vez: hace once años dimitió también de sus recuerdos. Ocupará sin duda un lugar importante en los libros de Historia. Como lo ocuparán también la Transición que pilotó y la Constitución que propugnó y cuyo momento de pasar página, ahora que nos deja su artífice, parece obvio que también ha llegado.

JUAN TORTOSA
Publicado en "Público" - 22/3/14

miércoles, 19 de marzo de 2014

Comida Golpista

Hay dos posibilidades. Dos posibilidades igualmente lamentables. El ministro del interior y el director general de la Guardia Civil se enteraron en el momento, o pocos días después, de que el pasado mes de febrero, en el cuartel de la Guardia Civil de Valdemoro, el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero Diez, hijo del teniente coronel golpista, Antonio Tejero Molina, había hecho una comilona homenaje de reconocimiento a los golpistas del 23-F de 1981. 
Jorge Fernández Díaz y Arsenio Fernández de Mesa se enteraron del acto, pero no consideraron que fuera relevante y no tomaron medidas contra esos golpistas, orgullosos, activos y no arrepentidos.
Segunda opción, el ministro del Interior y el director general de la Guardia Civil no se habían enterado de ese acto golpista, hasta que un redactor de El País llamó al Ministerio para contrastar la información.

La verdad, no sé qué es peor. No enterarse de que hay un teniente coronel de la Guardia Civil, golpista por herencia, vocación y decisión, que se reúne en un establecimiento de la Guardia Civil con golpistas del 23-F del 81, y golpistas del 23-F de 2014, en una comida pagada con dinero público, servida por personal de la Guardia Civil, para renovar sus votos golpistas, es una muestra, otra más, de la incompetencia oceánica que caracteriza al ministro Díaz y al director general, Fernández de Mesa.

La otra opción, el haberse enterado del acto golpista y no haberle dado importancia, debería suponer, también, la dimisión de ambos.
En ese Ministerio, en el que el acierto es un error excepcional, dicen que no se enteran de que se han disparado pelotas de goma para impedir que inmigrantes africanos pisen tierra española, por lo que es posible que sí se hayan enterado de la reunión golpista en su día, pero hayan vuelto a mentir al decir que no lo sabían.

En estas llega Ramón Tejero, el hermano cura de una familia que es una pura síntesis del régimen nacional-católico, y dice que es injusto que destituyen a su hermano, porque se trataba de una "comida privada". El cura miente también –y no creo que se confiese por ello– pues se trata de una comida celebrada en un cuartel de la Guardia Civil, pagada con dinero público y servida por personal de la Guardia Civil, a la que asisten golpistas veteranos y golpistas jóvenes y en la que no se registra en la puerta de entrada quiénes van, eso en un cuartel en el que todo se consigna. El cura Tejero dice que calificar de golpista la tenida es cosa del "humo negro de Satanás", con lo cual demuestra que tiene información del cielo y del infierno.

Que a estas alturas del curso haya algunos mandos de la Guardia Civil que celebren –y me imagino, que lamenten su fracaso– el intento de golpe de Estado de hace 33 años resulta lamentable, pero Díaz y Fernández no se enteran, o hacen como que no se enteran.

JOSE Mª CALLEJA
Publicado en "El Diario" - 18/3/14

martes, 18 de marzo de 2014

Asuntos Exteriores Catalanes

La máquina (española) de fabricar independentistas catalanes sigue funcionando a buen ritmo, y como no afloje un poco, al final no hará falta ni celebrar referéndum, porque la independencia será por aclamación.

La última genialidad es dedicar al ministro de Exteriores a defender la unidad de España. Para subrayar que el tema catalán es un asunto interno español, nada como poner al frente al ministro de Exteriores, y que sea él quien elabore los argumentarios sobre las consecuencias apocalípticas y hasta galácticas de una secesión, o que vaya al Parlament a hablar del tema. 
Para evitar la “internacionalización del conflicto” que siempre buscan los independentistas, nada como activar las embajadas enviando consignas a los diplomáticos, buscar a diario el micrófono más cercano para hacer paralelismos entre Cataluña y otros países, y aprovechar cada vez que te visita un ministro extranjero para hablar de Cataluña en la rueda de prensa  conjunta.

Si me dicen que en Exteriores hay un comando independentista infiltrado, me lo creo. Y si en cambio lo que pretende el gobierno es adelantarse y ser él quien internacionalice el conflicto antes de que lo haga el Govern, y asegurar aliados en el extranjero, no deja de ser una muestra de debilidad. Sobre todo si tienes al frente del departamento a un bocazas como García Margallo.

La última, ayer mismo, cuando el ministro aseguró que hay un "paralelismo absoluto" entre el referéndum de Crimea y la consulta catalana. No un cierto parecido, eh, sino un “paralelismo absoluto”. No hay más que ver las similitudes históricas entre Cataluña y Crimea, entre España y Ucrania, entre Rusia y no sabemos qué potencia fronteriza con Cataluña, o entre un referéndum a toda prisa y bajo ocupación extranjera, y una consulta pacífica que busca encaje legal.

Es verdad que el ministro de Exteriores no es el único que juega a los paralelismos internacionales. Los independentistas son también aficionados a hermanar su caso con el de otras naciones en busca de Estado, eligiendo por supuesto los casos más favorables, aunque tampoco tengan mucho que ver en términos históricos y políticos.

No, Cataluña no es Crimea, como tampoco es Kosovo, ni Escocia, ni Québec, ni las repúblicas bálticas ni las balcánicas, ni Osetia ni Somalilandia. Cataluña es Cataluña, y de seguir adelante podría hacer su propio camino y hasta acabar convirtiéndose a su vez en un referente para otros pueblos sin estado propio.

Y si la principal baza del gobierno español contra la secesión es la falta de reconocimiento internacional, ya puede buscarse algo más convincente para ofrecer a los catalanes: tarde o temprano, la mayoría de países nacidos de independencias no negociadas acaba por sumar reconocimientos, primero de unos pocos países, luego de algún organismo internacional, y así poco a poco se van convirtiendo en una realidad irreversible, aunque tarden años.

No sé a ustedes, pero a mí me preocupa que a menos de ocho meses de la anunciada consulta, el gobierno siga mirando al cielo a ver si escampa, y deje el asunto en manos del ministro de Exteriores. Me gustaría tener un gobierno con la madurez democrática suficiente para tomarse en serio el proceso catalán, que exige más diálogo que declaraciones catastrofistas o amenazas. Claro que, con el banquillo que tiene Rajoy, todavía podría ser peor: que en vez de Margallo se ocupase del tema el ministro de Interior, el de Hacienda, el de Educación, o el propio presidente.

ISAAC ROSA
Publicado en "EL DIARIO" - 17/3/14


martes, 11 de marzo de 2014

Los Ruines Conspiranoicos

La matanza de 191 personas hace diez años en los trenes de Atocha, dio lugar a una de las maniobras más ruines de una parte de los medios de comunicación y de una parte de los políticos de este país en los últimos treinta años.

El ejercicio de difusión sistemática de mentiras, siembra de odio y linchamiento realizado por el periódico que dirigía entonces Pedro José, por la radio de los obispos y por Telemadrid, constituye un episodio repugnante. Episodio que no ha merecido ni la autocrítica, ni la petición de perdón en unos medios que de forma campanuda han pedido tantas veces la dimisión de tanta gente por responsabilidades mucho menores.

El entonces arzobispo de Toledo y primado de España, Antonio Cañizares, dijo entonces, muy serio, que aquel atentado se había producido porque en España "se pecaba mucho". Hoy, Rouco, sostiene, con la misma seriedad, que en el 11-M de 2004 "mataron inocentes por oscuros objetivos de poder". Rouco, al que no se le conoce ni una palabra de condena para los asesinatos de más de 700 mujeres registrados en nuestro país desde 2004, tiene muy claro que esas muertes de Atocha fueron para obtener el poder. Mantiene así vigente la teoría conspiranóica que en su día difundió su radio.

Hemos visto estos días a un policía que nos contaba cómo le implicaron en la realización de la matanza, cómo le insultaron a él, a su mujer --que se acabó suicidando--, los mismos que ahora consideran un ataque a la Guardia Civil el que se critique la utilización de pelotas de goma para disuadir a inmigrantes que tratan de llegar a tierra española.

Largas jornadas de periodismo de investigación, puro y duro, ¿quién no sabe que los comandos de Eta llevan siempre unas tarjetas del grupo Mondragón, para que los afectados por sus atentados se pongan en contacto con ellos por si no han quedado satisfechos con la faena? ¿Quién no sabe que los comandos de Eta, alegres y faldicortos, viajan con nosotros a mil y un lugar, con cintas de la Orquesta Mondragón, con la voz de Javier Gurrutxaga, ese apellido sospechoso? ¿Quién no tiene ácido bórico en casa, por si tiene que salir pitando a cometer algún atentado, o porque le huelen los pies, o para conservar el marisco?
Y luego esta lo de los suicidas de Leganés. Sostenían, muy serios, los conspiranóicos, que los cadáveres fueron colocados allí, que no se suicidaron tras ser rodeados por los GEO. ¿Quién no tiene uno, o dos, cadáveres congelados en su casa, por si es necesario llevarlos a Leganés? Pero claro, si los cadáveres fueron llevados allí ¿quién asesinó al miembro de los GEO, Francisco Javier Torronteras? ¿Lo asesinó la propia policía, para dar más verosimilitud a la conspiranoia? ¿Y por qué profanaron su tumba varias veces?
¡Qué debates con Pedro José y Casimiro, en su reparto de tareas, los dos con aire de estar en la pomada y esto no es lo que parece! Siempre dispuestos a dar páginas y páginas a los asesinos --previo pago, según confesión de uno de ellos--, y empitonando a los policías como si fueran criminales. A vender.

¡Qué papelón, aquellos abogados de las víctimas que en el juicio interrogaban con acidez a los policías que habían llevado el caso como si fueran criminales y no hacían preguntas a los asesinos!

Y Rajoy, muy poquito antes de que fuéramos a votar los españoles, diciendo, muy serio, que los etarras estaban detrás de la matanza.

La brillante idea, según la cual, una matanza de esa envergadura deber ser cometida por alguien con la envergadura intelectual, no se, de Churchill, se desmiente por el hecho evidente de tantos atentados brutales cometidos en nuestro país cuyos asesinos eran más homínidos que otra cosa.

Linchamiento del juez Del Olmo, que por ser miope no podía instruir el caso. Linchamiento del juez Bermúdez, por carecer de pelo.
Linchamiento de los policías, que si hubieran sido asesinados serían víctimas heroicas, pero que fueron triturados por los difusores del odio por cumplir con su obligación.
Linchamiento de testigos rumanas que no se atenían a la conspiranoia.
Linchamiento de una parte de las víctimas, Pilar Manjón, ¡que tuvo que llevar escolta después de que asesinaran a su hijo!.
Linchamiento de los periodistas que no aplaudimos su conspiranoia...
Y ahora se saca un poco la patita, pero se sigue cayendo de pié.


Los Pedro Josés, la radio de los obispos, han protagonizado uno de los episodios más ruines de nuestra reciente historia. Esperamos, al menos, una leve autocritica.

JOSE Mª CALLEJA
Publicado en "El Diario" - 11/3/14

domingo, 9 de marzo de 2014

Mayoría Aplastante


El PP impone sus leyes sin discusión, el PP veta que se le controle y el PP tumba el resto de opiniones del Congreso. El gobierno ha convertido el Parlamento en una tumba. Rajoy es un enterrador que echa paladas de silencio sobre una Cámara con rigor mortis. Este uso draconiano de la mayoría absoluta por parte del gobierno ha sido tan constante que hasta se le ha puesto nombre: “El rodillo del PP”. La mayoría absoluta del PP es una apisonadora que aplasta al contrario. No es la aplastante mayoría con la que se define el consenso mayoritario de la sociedad. Es la mayoría aplastante.

Conviene recordar, entonces, que el PP no ganó por “aplastante mayoría”. Consiguió 44,62% de los votos pero casi un 70% de electores no les votaron. Son una minoría mayoritaria. Esto debería obligar a ser prudente, dialogante y tolerante en la aplicación de su fuerza. Y además, es obvio decirlo, todo gobierno debe gobernar para todos. Pero en nuestra democracia, las mayores obviedades se obvian. Si dices obviedades como esta, además te toman por ingenuo. Los cínicos gobiernan el mundo, en fin.

Rajoy no es un hombre dialogante porque el silencio es su mayor arma y por eso gusta de pasar el rodillo hasta convertir a la oposición en una lámina transparente, invisible, inaudible. El rodillo es un blindaje contra los ataques, es una alfombra bajo la que esconder la porquería, son unas anteojeras para no ver a los que se van quedando en las cunetas, son unas orejeras para no escuchar los lamentos y es una mano de hierro para someter al enemigo. Así gobierna cualquiera. Pero así no se gobierna. Así lo dicen muchos jueces.

La pasada semana dos informes preliminares del CGPJ le dijeron al gobierno que los anteproyectos de ley del aborto y de seguridad ciudadana aprobados por el rodillo del PP son inconstitucionales. Los fiscales de la Audiencia Nacional y algunos de sus magistrados denunciaron la impunidad que genera la reforma de la justicia universal. Y además, la comisaria europea de Interior amenazó con abrir un expediente a España por las muertes de Ceuta que la mayoría del PP ha vetado investigar en el Congreso.

En resumen, que el rodillo del gobierno pasa por encima de la Constitución, del derecho español y de los derechos humanos. Ni más ni menos. Como hemos visto con el céntimo sanitario, el problema que tenemos es que la justicia camina tan lenta que cuando lleguen sus resoluciones, el gobierno ya habrá aprobado sus leyes con su mayoría aplastante. Y de hecho, cuando le meten prisa, como en el caso de la justicia universal, el rodillo del PP pisa el acelerador que no veas.

Se hace evidente la necesidad de articular mecanismos de control de la mayoría absoluta para que no se convierta en absolutista. El reglamento del Congreso, que se hizo para garantizar la estabilidad de las mayorías, es tan obtuso, tedioso y complejo que impide el efectivo control al gobierno. Aunque las minorías y algún diputado mayoritario, han pedido con frecuencia una reforma, ni PSOE ni PP han querido cambiarlo cuando han tenido la oportunidad. Además, la posibilidad de participar de la ciudadanía a través de Iniciativas Populares es tan difícil como ineficaz.

Nuestra democracia consagra la mayoría aplastante. Vuelve a ponerse de manifiesto la necesidad que tiene este país de proceso constituyente que modifique tanto la ley electoral como el reglamento del Congreso para reflejar la realidad plural de la ciudadanía. Y resulta indispensable obligar a un consenso en temas capitales como la Educación, el Aborto, la Justicia o la Sanidad. A mí cuando el PSOE me habla de primarias abiertas, le digo que muy bien pero que demuestre su talante democrático incluyendo la reforma electoral y parlamentaria en su programa.

El único consuelo que nos queda es que todo lo que el rodillo del PP apruebe, será revocado en cuanto pierda la mayoría. El que a rodillo legisla, a rodillo muere. 

JAVIER GALLEGO 
Publicada en "El Diario" - 7/3/14