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viernes, 2 de mayo de 2014

Morro de cerdo '1º de Mayo'

Más allá de la hoz y el martillo, de las revoluciones con claveles o sin ellos, de las rosas rojas y de las gaviotas azules, sobre todo de las gaviotas azules, el cuenco ha sido siempre el símbolo del trabajador y los jetas, los tipos con morro, esos que siempre lo han sabido y que de tanto en tanto vertían en él cierta cantidad de alimento para seguir ganando dinero a su costa.

Por un cuenco de arroz los chinos fueron llevando el ferrocarril desde las civilizadas costas atlánticas hacia el salvaje oeste, llenando de muertos las cunetas en un EEUU incipiente y sin vertebrar. Por un cuenco de gachas, más al sur, donde los modales refinados en ambientes de bucólica belleza encerraban el corazón de las tinieblas, los negros sudaron sangre sobre el blanco algodón. 
Por un cuenco de gazpacho los jornaleros andaluces modelaron un paisaje caciquil sobre el que dejaron la vida sin llegar a poseerlo, como el extremeño o el manchego, cuyos cuencos medio llenos de pringue y cereal fueron el motor de la fortuna de unos pocos, del mismo modo que lo fue el de los campesinos del sur de Italia, de cuyo cuenco de polenta se mantuvieron hermosas villas Berlinghieri.

Más allá de la latitud el jornalero siempre llevó colgado del cuello un cuenco metafórico donde recoger su salario, la miseria que el cacique, el patrón, el amo o el empresario daba. Y cuando el hambre extrema o la extrema injusticia hicieron que huyera en desbandada hacia la humeante ciudad convirtiéndose en obrero, aquel cuenco continuó engrasando el progreso de la sociedad y los bolsillos de unos pocos y a duras penas sofocando el hambre de la inmensa mayoría.

Aún hoy en Sri Lanka, la India y en otros países miserables y emergentes como estos, el trabajador lleva ese cuenco colgando para que la mano paternal y mezquina del empresario se lo llene mientras el político se lo permite. Una asociación indisoluble, porque actuar de esta manera requiere del otro para que facilite las condiciones o mirar hacia otro lado.

Da la sensación que hoy quisieran llevarnos de nuevo a esa época negra y sin épica de cuenco y cereal, a ese presente culpable cercano y alejado a la vez. Los hidalgos venidos a menos siempre han tenido en España una olla de algo más de vaca que carnero y salpicón las más de las veces, pero el pobre, el obrero, ayer y hoy, siempre ha saltado del cuenco a la inanición en un visto y no visto sin ver ni la cabra ni el carnero: que se lo digan si no todos aquellos que han sido arrancados de sus casas y los millones de parados que viven de la caridad de sus familias y de las ONG; millones de parados a pesar de los datos que se ofrecen, si no manipulados sí turbiamente interpretados desde el Gobierno.

Desde que se dio la primera relación laboral nunca se ha valorado el esfuerzo del trabajador, sólo ha importado el beneficio. Una relación laboral es como una relación de pareja donde ambos aportan para que el proyecto funcione. No debe haber relación de superioridad porque de ser así el desequilibrio resultante termina por hundir la empresa. El amo, el patrón, el cacique o el empresario siempre ha concebido el salario como una concesión y no como una necesidad derivada del intercambio, y ha aprovechado la mínima oportunidad para reducir el coste, es decir, ampliar sus beneficios, a costa de su salario y de su tiempo. Lo que está pasando hoy no es más que un ejemplo de ello.

"Desgraciadamente, hay que trabajar más y ganar menos para salir de la crisis" era la consigna indecente de un Díaz Ferrán que como un Berlinghieri moderno pretendía sobrevivir rico a costa del sacrificio inducido de los trabajadores. Qué jeta, qué cara más dura, qué morro la de este presidente de la patronal que se sentaba junto a los políticos a determinar el futuro más o menos negro de una clase trabajadora condicionada injustamente por sus decisiones, y que encerraba en sus mensajes todo un espíritu contrarrevolucionario. Pero no solo aquel mostraba jeta, cara, morro y desvergüenza. Tanto aquella patronal como la actual, aplauden unas leyes y reformas implantadas por el PP que pretenden limitar el derecho a la huelga, que cuestionan la jornada de 8 horas, que facilita el despido y decretan contratos que rayan el servilismo (antes que nada, mejor esto, arguyen; y se quedan tan anchos).

A pesar de todo, el 1 de mayo no sólo debe ser una cita para reivindicar derechos laborales. Desgraciadamente debemos seguir exigiendo el mantenimiento de una sanidad, una educación y una justicia universales y de calidad. Unos derechos ganados a través de la lucha de muchos años, que los mismos jetas que nos limitan los laborales nos están robando. Repitiendo sistemáticamente que la culpa de todo ha sido nuestra y que es insostenible el Estado del bienestar, han sido capaces de hacernos creer que renunciando a parte de nuestros derechos no perderemos todo y saldremos de ésta; y mientras, a los verdaderos culpables, sin nombres y apellidos, tan solo los conocemos con un confuso Los Mercados.

Sin duda las reivindicaciones de los próximos años no pasan por ampliar derechos y servicios, sino por recuperar todo o parte de lo que nos están quitando. Hoy más que nunca la implicación de todos nosotros, de la sociedad civil, es fundamental frente a quienes están sentando las bases de un mundo donde las desigualdades en el reparto de la riqueza son cada vez más grandes. Un mundo perversamente distribuido donde la fortuna inabarcable de unos pocos jetas se sustenta en los cuellos sumisos donde colgar un cuenco de una inmensa mayoría.

Esta receta se lo dedico en este día a ellos, a los jetas, a los que tienen un morro que se lo pisan, sean políticos, empresarios o especuladores. A los que con careta o sin ella son capaces de arruinar la vida de millones de personas o vivir a costa de ellas: Morro de Cerdo Primero de mayo. Un plato exquisito, no lo dudes, como sus modales hipócritas; un plato terrestre que emula el encanto del pulpo a la gallega y que está igual de bueno si no más. Un plato casi caníbal, que en una suerte de exorcismo antropófago, salda tanta injusticia a través del paladar.
Que lo disfrutes. Y ojalá que se percaten de ello. 

JAIME LOPEZ FERNANDEZ - Cocinero.
Publicado en "El Huffington Post" - 1/5/14

Nota: He obviado la receta. Lo importante ya se ha dicho.

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