No es la hora de los historiadores pero, en el balance de estos tres años de protesta social, ya hay suficientes datos sobre el papel jugado por las fuerzas de orden público.

No creo que vayan muy descaminados quienes se malician que algo de lo que ocurrió el 22M responde a un patrón ya conocido de manipulación policial, con el que se pretende ensuciar la imagen pública de una protesta multitudinaria y pacífica, tremendamente preocupante para el gobierno. Los incidentes de aquella ya célebre noche de marzo en Madrid fueron fruto de los desasosiegos oficiales del momento, ahora que Rajoy quiere dar por superada “la crisis”: inquietudes de Estado y zozobras de Moncloa, a las que cabe añadir otro tipo de fijaciones y obsesiones de índole más personal, como las de la delegada del Gobierno en Madrid, quien se ha mostrado preocupadísima, hasta rayar con la histeria y la temeridad, por pasar a la historia como la autoridad gubernativa que una y otra vez ha ido impidiendo que en la capital de España se repita la Acampada Sol (esa experiencia de empoderamiento callejero no puede ocurrir en la España del PP –parece haberse jurado a sí misma Cristina Cifuentes).
Por lo demás, también podríamos añadir, ya que así nos lo ha recordado Esperanza Aguirre, que, efectivamente, en el ambiente ha quedado un rancio regusto a “república bananera”.

Quienes tendrían que seguir celebrando un logro como el 22M -congregar a cientos de miles de ciudadanos y ciudadanas detrás de un grito común: “Pan, trabajo y derechos para todos y todas”-, deben ahora afanarse en hacer frente a la virulencia de la campaña criminalizadora. ¿Por qué? Porque esta vez es cierto que no ha salido mal la jugada malintencionada de la represión sucia (entre otras muchas razones, han contado con la ayuda de quienes frente a la dinámica asamblearia de los movimientos sociales siempre anteponen la impaciencia de los atajos).
Es innegable que la violencia final del 22M fue un jarro de agua fría que afectó al calor y al entusiasmo de los cientos de miles que allí estuvimos y de los millones que no estaban pero apoyaban. Un efecto helador al que contribuyó el titular de El País admitiendo como únicas las bajas cifras de participación que ofreció la policía: el desencanto y la indignación se entremezclan cuando se soslaya que el 22M ha sido una de las más concurridas manifestaciones de la historia. Esas cosas afectan, son parte del imaginario de la rebeldía desde la Transición, hasta el punto de que, en este caso, la división interesada entre “buenos” y “malos” pareciera producir alivio, porque todo el mundo se ha visto muy afectado por los hechos y por la divulgación manipulada de los acontecimientos, temiendo —claro— que la mala imagen del final del 22M empañe el compromiso y el trabajo militante de tanta gente.

¿No dicen que siempre hay unos pocos antisistema que se enfrentan con la policía al final de las manifestaciones?... ¿Y quién decidió que esta vez y de forma harto peligrosa la policía se enfrentara a varios miles?... ¿Y cuándo lo decidió?... ¿No es cierto que hubo “un momento tiendas de campaña” tan insoportable para Cristina Cifuentes que no quiso esperar a vérselas con ese engorro una vez terminada la manifestación?... ¿Y no hubo también un “momento de entrada controlada de incontrolados”?... ¿Quiénes eran aquellos embozados que la policía dejó entrar para acto seguido cargar contra ellos donde la manifestación transcurría masiva, divertida y satisfecha?...
El fondo de estas preguntas no queda contestado con “redadas” tardías contra “anarquistas, antifascistas y bukaneros” acusados de haber agredido a los antidisturbios. Aclárese mejor lo que ocurrió porque la actuación gubernativa frente al 22M huele de lejos a represión “sucia” de un movimiento de movimientos de indignados que allí mismo empezó a reconocerse y a reencontrarse, para salir del reflujo de 2013 y para aventurarle al gobierno del PP un futuro nada halagüeño, una nueva línea de fractura que podría dar al traste con su “revolución conservadora”. No esperemos años y años para que se desclasifiquen documentos que lo atestigüen. Es la hora de las preguntas parlamentarias, de los abogados y los jueces, de las denuncias y los apoyos a los denunciantes. Ya llegará la hora de los historiadores.
PEDRO OLIVER OLMO - Profesor de Historia Contemporánea en la UCLM
Publicado en "Público" - 19/4/14
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