Hasta bien entrado el siglo XVIII, los médicos y los físicos más reputados de Madrid defendían que el aire de la capital era tan fino y tan sutil que no podía respirarse a pleno pulmón, por lo que la costra de basuras, inmundicias y detritos que alfombraba las vías de la ciudad servía para filtrarlo y hacerlo más respirable. Peregrina ciencia que no se diluiría hasta que llegó la Ilustración.

Entre nosotros crece la percepción hedionda de la corrupción, la gente está hasta las narices del insoportable tufo que respiramos a diario. El paro y la corrupción son los problemas que más preocupan a todos los españoles menos a los miembros del Gobierno, sus cómplices y sus amos. Algo huele a podrido entre los escombros de la sociedad del bienestar, algo huele a podrido y me parece que son ustedes, que solo lavan el dinero que nos roban y luego lo esconden en lejanas madrigueras. Ustedes que no pisan la calle para no respirar el mismo aire que nosotros, contaminado por sus malos humos y para no encontrarse con el gesto de asco que pondrían a su paso muchos ciudadanos si conocieran sus caras.
Ha caído Del Nido y se han precipitado en presidio otros pájaros de cuenta, como Bárcenas, Díaz Ferrán, Correa y sus sicarios, la lista de imputadas e imputados es interminable, duques, infantas, trileros y truhanes de altos vuelos comparten los banquillos. En presidio seguirán algunos hasta que sus nombres caigan en el olvido y salgan por la puerta de atrás para sumir en el anonimato su pasado criminal. Algunos reincidirán, como el inefable Ruiz Mateos, otros encontrarán ocupados sus puestos en la cacería, hay cola, también hay hijos de puta en el paro aunque con más posibilidades de encontrar trabajo.
El paisaje previo a las elecciones europeas es desolador. La falta de interés por los asuntos de la Unión se va transformando en inquina y desconfianza. Cada nueva vuelta de tuerca de las autoridades monetarias atenaza más nuestros cuellos, hasta el punto que nos deja incapacitados para mostrar un mínimo entusiasmo por las hipotéticas mejoras que ocurren a nuestro alrededor (y que aún no percibimos) y refrendar el optimismo forzado y forzoso de nuestros gobernantes, que serán unos hijos de puta pero que son nuestros hijos de puta, como dijo un diplomático para avalar a un déspota africano.
MONCHO ALPUENTE
Publicado en "Público" - 7/3/14
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